Archivos Mensuales: junio 2011

Aprendizaje invisible

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las ideas.

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19 mandamientos

Conscientes de que una sociedad del conocimiento puede resultar excluyente para algunos sectores, hemos querido volver sobre estas 19 ideas que buscan resaltar que no hay edades, condición social, nivel educativo, para ser parte del aprendizaje invisible.
Para pensar en innovación, basta con querer ver las cosa con otros ojos.

 

 

Para reflexionar en forma de cuento

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Texto extraído de BAUTISTA; BORGES; FORÉS (2006) La didáctica universitaria en entornos virtuales de enseñanza y aprendizaje. Narcea: Madrid

Llegué a la escuela de la que tanto me habían hablado.

Anduve un rato, a pequeños pasos, introduciéndome como novata en el pequeño mundo en el que había aterrizado. Y entré en clase. Era una clase grande, grande, muy grande. Eran tales sus dimensiones que los alumnos que pertenecían a ella no tenían por costumbre mirarse a  los ojos, ni tan siquiera  la ropa que llevaban puesta. Lo cierto es que tampoco parecía importarles mucho, porque estaban muy ocupados en aprender. Era tan grande el aula que cuando los últimos entraban otros ya salían. Unos hacían turno diurno y otros nocturno, pero ninguno de ellos se sentía extraño al entrar en el recinto. En realidad, aunque normalmente no podían oír la voz del compañero, ni ver la luz de sus ojos, con el tiempo podían llegar a conocerse bastante.

 

Pese a las dimensiones del aula, la voz del profesor era suave; apenas se oían gritos de ¡¡¡silencio!!! ni otras tantas amenazas frustrantes a las que estábamos tan acostumbradas mis camaradas y yo. Los alumnos trabajaban a su ritmo y el grupo avanzaba progresivamente. Todos y cada uno de ellos podían solicitar cuantas explicaciones y matices necesitaran, y el resto de compañeros no sentía que estaba perdiendo el tiempo (ni al profesor se le alborotaba el grupo por ello).

 

Cada pupitre había sido decorado desde un gusto y una delicadeza particular, la del propio alumno. Algunos contaban con una silla cómoda y nueva rodeada de una apetecible estancia de colores cálidos. Otros habían precisado calefactor y aire acondicionado, y aún otros se habían reubicado cerca de la cafetera exprés…  mil mundos en una sola aula de aprendizaje. Por un instante me enternecieron tantos rostros en un solo espacio capaz de converger y divergir en el tiempo.

 

A lo largo de las sesiones formativas el profesor intentaba ser ecuánime y no se dejaba influenciar mucho por las caras de cansancio, de agobio, o de impaciencia de sus alumnos. Era como si no las viera; aunque a veces –al poner atención- sí se daba cuenta. Sin embargo, lo que más le preocupaba era el silencio, el silencio de algunos de sus alumnos. Ese silencio al que nos habían casi obligado en mis tiernos años, nada más entrar en clase. Y ahora era eso lo que el profesor denunciaba: que uno solo de sus alumnos permaneciera imperturbable en su pupitre…

 

Me mantuve impertérrita, perpleja, observando el panorama que os describo. Pese a las dimensiones del proyecto, pese a las ambigüedades del espacio y del tiempo, alumnos y profesores habían dejado de ser puntos inconexos y antagónicos, y fueron capaces de armonizar diferentes corrientes en una sola, suave y fluida: la del aprendizaje. Los alumnos dejaron de ser “simplemente alumnos”. Muchos de ellos se convirtieron en estudiantes, cuyas inquietudes propiciaron un nuevo estilo de ser docente. Hay quien dice que el proceso fue a la inversa, y que fueron algunos profesores los que, vislumbrando que su trabajo lindaba más allá del profesar contenidos, empezaron a generar espacios de crecimiento mútuo. Fuera como fuere, lo cierto es que todo aquello no dejaba de ser una revolucionara apuesta por rediseñar conceptos como enseñanza y aprendizaje.

 

Continué observando ávidamente aquellos rostros hasta que la actitud de algunos de ellos me hizo vacilar. Recapacité, y deduje que a pesar de lo avanzados que se mostraban, no habrían podido vencer las artimañas decrépitas del espíritu humano, y la copia y el plagio seguirían siendo protagonistas en la búsqueda de exitosos resultados con lánguidos esfuerzos. Una sonrisa entre cínica y decepcionada se dibujó en mi rostro.

 

Y me sumergí en la última investigación de nuestro periplo. Poco a poco, mis últimas dudas fueron diluyéndose. Tal y como esperaba, no habían podido derimir los mecanismos evaluativos. Sin embargo, su naturaleza era peculiar, diferente; fundamentada más en la reflexión que en la memorización. Las preguntas esbozaban una lucidez inusual, y estaban formuladas ingeniosamente. Responderlas precisaba no sólo conocer con profundidad los contenidos, sino recordarlos sabiendo relacionarlos y contextualizarlos en la vida real, practicando el espíritu lógico-crítico. La metodología utilizada no se limitaba exclusivamente al resultado final, sino que contemplaba todo un proceso. Y se había reemplazado el elemento azarístico del examen con múltiples trabajos que conformaban una evaluación continua, y continuamente inteligente y elaborada.

 

Nuestra expedición tocaba a su fin. Hubiéramos podido detenernos un poco más en algunos de los recodos visitados, pero nuestra emocionante aventura ya había cumplido su objetivo. Habíamos conocido los entornos virtuales de enseñanza y aprendizaje.

Neus Montserrat Martín

Educadora social

Di 3 ideas básicas que te sugiere el relato

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